domingo, 24 de octubre de 2010

Cemitas

CEMITAS POBLANAS

Puebla, Pue.- La cemita poblana tiene historia propia, es hermana de la torta, prima cercana del pambazo (francés), parienta lejana del paste y del emparedado (sandwich), ambos de origen inglés, y precursora histórica de las tortas gigantes que hoy se venden en gran parte de la República, asegura el historiador Carlos Eduardo Benítez, subdirector de Servicios Educativos y Extensión del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Ferrocarrilero del Conaculta (CNPPF).
La ascendencia directa de la cemita es eminentemente ibérica e hija de dos variedades de pan que durante la Colonia eran entregadas en tributo a la Corona Española por la ciudad de Puebla: un bizcocho de sal, que era largo y duro; y unos panecillos o galletas huecas muy parecidas al pambazo francés que posteriormente se difundió durante la intervención militar francesa contra México (1863-1867).

Ambos panes, elaborados especialmente para conservarse y ser consumidos en los largos viajes de navegación a España y Filipinas, los cuales podían durar de cuatro a ocho meses, se hacían con distintas clases de harina provenientes de Atlixco, entonces el “granero de México”, municipio que junto con Puebla, San Martín Texmelucan, Cholula e Izúcar de Matamoros conserva la tradición de la cemita.
El nombre del típico pan poblano, de acuerdo con Benítez, tiene relación con el pan sin levadura de origen judío (semita) cultivado en España por la población sefardita (judío-española) desde la época del Imperio Romano. La ciudad de Puebla tributaba a Madrid con centenares de toneladas de estos panes por lo menos seis veces al año para abastecer sus tripulaciones de altamar en los océanos Atlántico y Pacífico.
La cemita surgió de un largo proceso de fusión del bizcocho y la galleta hueca al cabo del periodo colonial y aparece como variedad única y con dicho nombre a mediados del siglo XIX en coincidencia con la consolidación de los talleres de cerámica de Talavera, la industria textil y la producción artesanal de vidrio en la región del Valle de Puebla.

“Aparece como alimento de obreros y artesanos. Es el típico itacate de las clases populares, un tentempié que podía compartirse e intercambiarse con los compañeros. Fácil de guardar y transportar, porque puede comerse frío, es rendidor (desde entonces era grande) y barato. En esto se parece al paste inglés consumido por los mineros de Pachuca y Real del Monte”, explica Benítez.
De ese mismo periodo (1913) data el adorno del pan con dibujos con ajonjolí, en cuya cubierta los artesanos alcanzaron gran destreza en el trazo: flores, estrellas, animales, frases, nombres y paisajes. Es célebre en Puebla una comida que el general Maximino Ávila Camacho brindó en Teziutlán en la que las cemitas consumidas tenían dibujado el escudo de armas de ese municipio.
Hoy la cemita se rellena con jamón, carnes frías, adobadas, enchiladas, embutidos –costumbre iniciada en los años 40 y 50 por obra de la influencia culinaria estadunidense en el periodo presidencial alemanista- y casi con cualquier otro tipo de alimentos, excepto con otros dos de los platillos típicos de Puebla: el mole y los chiles en vinagre.